jueves, 29 de marzo de 2012


LA LENGUA NO ES INOCENTE





El lenguaje nunca es inocente. No sólo dice aquello que dice, sino mucho más, implícito. Y no puede ser inocente porque siempre es enjuiciador. El lenguaje tiene varios niveles, el literal o explícito y los implícitos. Por eso puede ser sexista, machista, encubridor. Los hablantes (desde el portero al político o al escritor) sabemos muy bien que tenemos que contar con esos significados implícitos que están en el inconsciente, donde todo está dicho de antemano, aquellos plus de significados que no vienen en el diccionario. Voy a dar un ejemplo sencillo. La palabra amar puede ser femenino o masculino indistintamente. Sin embargo, si comparamos la poesía acerca del mar que se ha escrito en España en femenino o en América Latina, en masculino, advertiremos las diferencias.  La mar en femenino suele provocar textos elegíacos, juguetones, seductores, como si fuera una mujer, madre o amante a la que seducir. En cambio, cuando se habla de “el mar” en masculino los textos suelen ser amenazadores, menos líricos: el mar con artículo masculino inspira respeto, temor. Es la diferencia que hay entre la mar de Alberti y el mar de Stevenson.

Jaques Lacan estableció: el inconsciente se organiza como el lenguaje, es decir, utiliza símbolos  que son ese trasfondo de la lengua que responde a los arquetipos sociales e institucionales.

Cuando yo era chica en Uruguay, los conferenciantes empezaban los discursos siempre de la misma manera: “Señoras y señores”. Era un reconocimiento. Porque una de las funciones más importantes de la lengua es el reconocimiento social  aquello que no se nombra no existe, de ahí el frenesí de las dictaduras por suprimir discursos, palabras, información; si no puedo hablar de algo, lo estoy matando. Decía George Steiner que no hay castigo mayor que el silencio.

Si la función más importante del lenguaje es la representación, de ninguna manera puede ser inocente decir: “señores” y pretender que las mujeres nos sintamos aludidas. No. Señores son señores y señoras son señoras. ¿La inversa es posible? Si un texto comienza: “señoras” ¿los hombres se sienten representados? Lo universal ha sido hasta ahora masculino; es hora de que empiece a dejar de serlo. Recordemos a Humpty Dupty cuando le dice a Alicia “las palabras significan lo  que yo quiero que signifiquen porque yo soy el que manda”. Sencillo e insoportable: el lenguaje es el reflejo del poder. Las mujeres maltratadas dicen que sus parejas no las dejaban hablar; el lenguaje era propiedad de ellos y si no respondían a sus preguntas con sumisión, golpe y patada.

Cuando se asegura que el lenguaje surge del pueblo y por eso es sabio, o es una tomadura de pelo o una ingenuidad. Hasta ahora nadie ha podido demostrar que el ente abstracto “pueblo” sea esencialmente sabio, ni más ni menos que cualquiera de sus habitantes, hombres o mujeres. Y la espontaneidad del lenguaje nos conduciría otra vez a la caverna: el lenguaje es una creación social y artificial que refleja las estructuras de poder en cualquier sociedad.

Una prueba de ello es el escaso interés que el tema del sexismo en el lenguaje ha suscitado en la RAE compuesta en su inmensa mayoría por hombres. Y para rizar el rizo los hombres suelen decir que no están de acuerdo con las cuotas porque las mujeres debemos desempeñar los cargos por méritos propios. Este es el mensaje literal. El implícito: entonces si no hay cargos en las instituciones es porque las mujeres no valen. Refinada manera del machismo.






lunes, 20 de febrero de 2012

Estoy reunida


Cristina Peri Rossi

Yo soy una mujer con suerte. Por ejemplo, en la última semana, me han comunicado por teléfono que he ganado un apartamento frente al mar en Palma de Mallorca, un televisor de plasma líquido de 23 pulgadas y una cubertería de plata para 68 personas. ¿Cómo me he ganado todo esto yo solita, sin enviar cupones, ni comprar rifas? Sólo por el hecho de tener un teléfono. Sí, señores y señoras, tengo un teléfono que misteriosamente conocen las inmobiliarias, las compañías de seguros, las agencias de viajes a Cancún y muchas empresas fantasmales, de esas que no aparecen más que para hacerme regalos. Todo por la mala costumbre de atender el aparato cuando suena, con la dulce esperanza de que seas vos, vos y nada más que vos, como dice el tango. Pero no sos vos, es la inmobiliaria que me regala un chalet en Cádiz.
El teléfono se ha convertido en un extraño medio de incomunicación. Por ejemplo, cuando soy yo la que intento hablar con mi editor o con el director del periódico, el teléfono sólo sabe decirme que mi editor o el director del periódico está reunido. Estar reunido debe de ser algo importantísimo, misterioso y secreto, algo que sólo concierne a los grandes jefes de las tribus, no a la gente de a pie, como yo. Porque yo, no consigo reunirme con nadie, salvo conmigo misma o con mis fantasmas, que son muchos, pero aparecen y desaparecen como se les da la gana. Para solucionar los problemas de incomunicación de los teléfonos normales, es decir, de los de cable, surgió el móvil. El móvil es como el oído de los sordos: se encaja en la oreja, y ya no se quita más, solo para dormir, y ni así, porque yo conozco gente que no apaga el móvil ni cuando hace el amor (las pocas y rápidas veces que lo hacen: a veinte minutos por eyaculación, según las estadísticas españolas) ni cuando duerme. Ya podemos ver hermosas películas norteamericanas donde el protagonista, que tiene un trabajo importantísimo en una multinacional, yace con una mujer espléndida en la lujosa habitación de un hotel de cinco estrellas, y en el momento en que va a darle un beso ardiente en la boca, suena el móvil, entonces besa el aparato, en lugar de la chica, y ésta espera pacientemente a que la esposa, el jefe que está por encima o alguno de sus clientes le proponga un negocio y entonces hacer el amor no dura ni siquiera veinte minutos, porque el tipo se pone de pie, se enfunda los pantalones y a cosas más urgentes y placenteras que hacer el amor, como ganar dinero, por ejemplo. Tengo un amigo psicoanalista que dice que vivimos en una época en la que sólo se libidiniza el dinero. Empezando por él, que tiene pacientes hasta cuando duerme, porque para ganar más dinero ha puesto una consulta telefónica: la paciente deprimida o el paciente maníaco lo pueden llamar al móvil, en horas nocturnas,

jueves, 3 de noviembre de 2011

Tú eres diferente


En muchas películas y series de televisión hay una escena clave en la relación chico-chica, hombre-mujer. A poco de conocer a la protagonista, él le dice: “Tú eres diferente a las demás, por eso me gustas.” La chica, desconcertada (¿en qué consistirá su diferencia? ¿Es más guapa? ¿Es más inteligente?) sonríe, seducida por la diferencia. A lo largo de la película y hasta el final, no sabemos en qué consiste esa diferencia, aunque muchas veces la hace víctima de atrocidades: el “chico” la intenta violar, la engaña o la mata. La presunta diferencia la convirtió en víctima.
A la inversa, la frase casi nunca se pronuncia en el cine. La mujer que intenta seducir a un hombre no le dice: “Tú eres diferente a los demás” con alguna excepción: la “tonta” o “ingenua” Marilyn Monroe a Toni Curtis, en Con faldas y a lo loco. Pero se equivocaba: era un seductor y un mentiroso, aunque al final el amor lo redime.
Decirle a una mujer: “Tú eres diferente” se supone que es un elogio. Las demás son tontas, o feas, o lelas. Esa es la opinión que el galán tiene de las mujeres y utiliza la “diferencia” como halago. ¿Quiere decir que ella también piensa que las otras mujeres son tontas, feas o lelas? Ella no está dispuesta a aclarar el equívoco: reconoce en la frase del galán un presunto piropo, una alabanza. Además, la frase denota que él tiene mucha experiencia, lo cual lo coloca en una situación ya inicial de superioridad. Él, que ha estado con otras mujeres, tiene un saber del que ella carece: las “conoce”. A él no lo pueden engañar: todas son iguales, menos ella. La sonrisa halagada de ella o el silencio, la convierte en cómplice del prejuicio y en víctima propiciatoria. Los espectadores estamos en una situación ambigua: al ser una frase tan repetida cuyo desenlace suele ser el acoso de “la diferente”, y su futuro el de víctima, empezamos a desconfiar del chico. Reconocemos que es una forma perversa de seducción. Es lo que Freud llamó “el narcisismo de las pequeñas diferencias”.
Estoy muy contenta con el final de ETA. Pero se me ocurrió imaginar otra escena: tres encapuchados anunciando el cese de la violencia contra las mujeres. ¿Se lo pueden imag nar?ETA mató a más de ochocientas personas en cincuenta años.
No tengo las cifras exactas de la violencia machista en el mismo período, pero un promedio –por lo bajo- de sesenta por año, me da la cifra de tres mil. Con una diferencia: ETA mató a hombres y mujeres. El machismo exclusivamente a mujeres. Y a veces, a algunos niños.



viernes, 14 de octubre de 2011

Si quieres acceder a la Galería Fotográfica del Homenaje a Cristina Peri Rossi clica en el link de abajo.

http://www.acec-web.org/quincenal/galeries/97/peri/index.html
Clicar para ver el Homenaje a Cristina Peri Rossi en you tube

http://www.youtube.com/watch?v=P36Smizphe8&feature=related

viernes, 21 de enero de 2011

LAS DOS BARCELONAS


El día de su estreno, fui a ver Biutiful, la dramática, humana y dolorosa película de Alejandro González Iñárruti, cuya trama se desarrolla en la Barcelona pobre, en la Barcelona lumpen, en la Barcelona que no sale en las postales: la de los emigrantes, la de los chinos hacinados, la de los que malviven del trapicheo. Una Barcelona nocturna,
hacinada, fea. El polo opuesto de aquella trivial, superficial
Vicky, Cristina y Barcelona de Woody Allen. En Biutiful no salen ni una vez la Sagrada Familia, ni la maravillosa arquitectura de Gaudí, ni la Diagonal, ni el Palau de la Musica Catalana que unos burgueses avaros esquilmaron en beneficio propio. Sólo, a lo lejos, el humo de alguna chimenea de fábrica, los estrechos callejones del Raval y una playa, en la Villa Olímpica que lanza a la escasa arena los cadáveres de los muertos indocumentados. Y sin embargo, me pareció una película profundamente humana, tierna en su dolor, noble en sus sentimientos y dramática en la soledad, en la derrota de seres abocados a unas condiciones de vida duras y difíciles. No es una película para hedonistas, para quienes creen en el Carpe Diem, para aquellos que egoístamente cierran los ojos ante el dolor ajeno con la excusa de que no podemos hacer nada para aliviarlo. Como el cine estaba lleno, me hice la ilusión de que hay mucha gente dispuesta a ver la otra cara de Barcelona (a los efectos del drama da lo mismo que fuera cualquier otra ciudad) y a sentir empatía por los no guapos, los no fashion, los perdedores. La mejor literatura y el mejor cine se han hecho sobre perdedores y perdedoras porque siempre tienen una historia que contar, una historia de sentimientos, de emociones, de falta de omnipotencia. Un Javier Bardem más sensible y matizado que nunca comunica con interioridad, con hondura la pena, la compasión, el miedo y la culpa. Cine de sentimientos, señores y señoras, no de efectos especiales. Cine de la otra cara de la Barcelona Olímpica, de la Barcelona del Forum y de metrópolis de los negocios o de las tiendas. Nada que ver con la visión superficial y turística de Woody Allen (no lo castiguemos: necesitaba dinero para financiar la otra película, la que verdaderamente quería hacer, en Londres). Biutiful es lo opuesto al cine como entretenimiento, como diversión, como evasión: es una experiencia conmovedora, una inmersión en los sentimientos buenos y malos, mezclados, en la condición humana, que es el tema de todas las grandes obras nuestras, criaturas perecederas, sometidas a la Historia, víctimas de poderes que no controlamos y que nos amenazan, nos empujan.
Porque Barcelona, como cualquier otro lugar de este mundo, está lleno de gente que sufre, que pelea por el pan de cada día, que ama a sus hijos y que en cualquier momento, enferma. De seres nada planos, que no son ni buenos ni malos, capaces de lo mejor y también de lo peor. Como los obreros de Nissan, que han conseguido asegurar su puesto de trabajo…a costa de no mejorar sus sueldos, chantaje que la empresa multimillonaria les ha impuesto a costa de la crisis. Frank Torres consiguió salvar a sus obreros del paro y que produzcan un seis por ciento más: un acuerdo para ir tirando. Lo que no sabemos es si cuando la nueva camioneta pick up esté fabricada y se venda como churros, la Nissan recompensará el sacrificio de sus obreros. Mejor dicho. Lo sabemos: no. En este sistema, lo único que se socializan son las pérdidas.

sábado, 4 de diciembre de 2010

ENTREVISTA A CRISTINA PERI ROSSI por Tony Montesinos

martes 5 de octubre de 2010
Entrevista capotiana a Cristina Peri Rossi, por Toni Montesinos




En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló "Autorretrato" (versión en español dentro de su libro Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente "entrevista capotiana", con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de la poeta, narradora y traductora uruguaya Cristina Peri Rossi.

_Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamas de él, ¿cuál eligiría?
_Viviría en el Paraíso, si existiera, siempre y cuando no tuviera que morirme previamente. Y los Paraísos existen a condición de que no se les encuentre. Pero a veces, haciendo el amor de manera tántrica (no follando, son cosas diferentes) he creído estar en el paraíso, “segunda calle a la izquierda”. Dura poco. Los Paraísos son efímeros. Hay otra manera, también, se sentirme en El Paraíso: el síndrome de Stendhal. Lo puedo sentir mirando un atardecer, un rostro hermoso, un cuadro, escuchando a Lara Fabian cantando Je suis malade o a Pavarotti cantando Mama Lucia. O caminando con la persona a la que amo. El síndrome también es efímero, pero crea adicción. Para mí, el Paraíso es la belleza y la emoción.
_¿Prefiere los animales a la gente?
_Me gustan algunos animales y también algunas personas. Entre los primeros, prefiero a una especie de monos llamados bonobos, dichosos y pacíficos. Nunca cometen un solo acto de violencia, y los etólogos han descubierto que se debe a que se dedican a dos actividades exclusivamente: comer y acariciarse. Se tocan todo el tiempo, y eso les quita agresividad. No existe la interdicción del incesto y fornican entre todos, sin distinción de sexo, edad y parentesco.
_¿Es usted cruel?
_Eso deberían contestarlo los demás. En todo caso, detesto la crueldad.

_¿Tiene muchos amigos?
_Nunca son suficientes, para la necesidad de cariño que tenemos los seres humanos.
_¿Qué cualidades busca en sus amigos?
_La bondad y la generosidad.
_¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Siempre, en alguna medida, decepcionamos a los demás, y los demás nos decepcionan; sabiendo que la decepción es mutua, resulta menos dolorosa. Pero sé que tengo algunas amigas incondicionales, que pueden comprenderme o aceptarme sin comprenderme.
_¿Es usted una persona sincera?
Mucho, pero la sinceridad absoluta y completa, en todo momento, haría imposible las relaciones humanas. Sólo al antiguo confesor –modernamente, el psicoanalista- se le puede decir toda la verdad y nada más que la verdad. Somos ambiguos y contradictorios, de modo que la verdad es transitoria. Pero yo necesito una testigo, siempre. Me gusta la confidencialidad, la complicidad.
_¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
No distingo claramente entre mi tiempo libre y el ocupado. Quiero decir que cuando paseo, estoy en el cine o en una cafetería, posiblemente estoy trabajando muy seriamente, y cuando estoy escribiendo también. Si la pregunta se refiere a mis aficiones, tengo muchas: casi todos los juegos, salvo el póquer, los paseos, la naturaleza, la conversación con los demás, la biología, la música, el cine, la filatelia, las matemáticas y los museos.
_¿Qué le da más miedo?
_El miedo.
_¿Qué le escandaliza?, si es que hay algo que le escandalice.
_Terencio (plagiado, luego, por Goethe): “Nada de lo humano me es ajeno”, de modo que no me escandalizo.
_Si no hubiera decidido ser escritora, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
_Se puede ser creativo caminando por un parque, dedicándose a la botánica, al solfeo o a colocar ladrillos. La creatividad es una aptitud, de modo que la hubiera empleado en cualquier cosa.
_¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
_Me encanta caminar, ya sea por las ciudades, por la playa o por un bosque.
_¿Sabe cocinar?
_Muy poco, pero lo hago, y cuando puedo, lo evito. Pero he cocinado muchas veces
como acto de amor.
_Si el Reader's Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre "un personaje inolvidable", ¿a quién elegiría?
_A Julio Cortázar. No me lo encargó el Reader’s Digest, pero ya lo hice, para la editorial Omega.
_¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
_Amor.
¿Y la más peligrosa?
-Narcisismo.
_¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sólo de amor, y era una metáfora.
_¿Cuáles son sus tendencias políticas?
La justicia, la libertad, la solidaridad, la igualdad y el feminismo.
_Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
_Directora de cine.
_¿Cuáles son sus vicios principales?
He dejado de fumar –con un doloroso sacrificio- y los demás son inconfesables.
_¿Y sus virtudes?
_La empatía. Me pongo fácilmente en el lugar de los demás.
_Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
_Una vez, cuando tenía diez años, estuve a punto de ahogarme, y sentí que morirse podía ser fácil, rápido y poco doloroso. Otra vez, a los cincuenta, también estuve a punto de morirme, y en ese momento de extrema debilidad, lancé una carcajada: evoqué toda mi vida en un instante y me dieron unas ganas locas de reírme, todo carecía de importancia. Tengo la esperanza de que esa se repita: al morir, lanzar una carcajada final. La cercanía de la muerte relativiza todo. Sólo las hormonas –o sea, la juventud- exageran, hacen de la vida una anfractuosidad.


T. M.