viernes, 21 de enero de 2011

LAS DOS BARCELONAS


El día de su estreno, fui a ver Biutiful, la dramática, humana y dolorosa película de Alejandro González Iñárruti, cuya trama se desarrolla en la Barcelona pobre, en la Barcelona lumpen, en la Barcelona que no sale en las postales: la de los emigrantes, la de los chinos hacinados, la de los que malviven del trapicheo. Una Barcelona nocturna,
hacinada, fea. El polo opuesto de aquella trivial, superficial
Vicky, Cristina y Barcelona de Woody Allen. En Biutiful no salen ni una vez la Sagrada Familia, ni la maravillosa arquitectura de Gaudí, ni la Diagonal, ni el Palau de la Musica Catalana que unos burgueses avaros esquilmaron en beneficio propio. Sólo, a lo lejos, el humo de alguna chimenea de fábrica, los estrechos callejones del Raval y una playa, en la Villa Olímpica que lanza a la escasa arena los cadáveres de los muertos indocumentados. Y sin embargo, me pareció una película profundamente humana, tierna en su dolor, noble en sus sentimientos y dramática en la soledad, en la derrota de seres abocados a unas condiciones de vida duras y difíciles. No es una película para hedonistas, para quienes creen en el Carpe Diem, para aquellos que egoístamente cierran los ojos ante el dolor ajeno con la excusa de que no podemos hacer nada para aliviarlo. Como el cine estaba lleno, me hice la ilusión de que hay mucha gente dispuesta a ver la otra cara de Barcelona (a los efectos del drama da lo mismo que fuera cualquier otra ciudad) y a sentir empatía por los no guapos, los no fashion, los perdedores. La mejor literatura y el mejor cine se han hecho sobre perdedores y perdedoras porque siempre tienen una historia que contar, una historia de sentimientos, de emociones, de falta de omnipotencia. Un Javier Bardem más sensible y matizado que nunca comunica con interioridad, con hondura la pena, la compasión, el miedo y la culpa. Cine de sentimientos, señores y señoras, no de efectos especiales. Cine de la otra cara de la Barcelona Olímpica, de la Barcelona del Forum y de metrópolis de los negocios o de las tiendas. Nada que ver con la visión superficial y turística de Woody Allen (no lo castiguemos: necesitaba dinero para financiar la otra película, la que verdaderamente quería hacer, en Londres). Biutiful es lo opuesto al cine como entretenimiento, como diversión, como evasión: es una experiencia conmovedora, una inmersión en los sentimientos buenos y malos, mezclados, en la condición humana, que es el tema de todas las grandes obras nuestras, criaturas perecederas, sometidas a la Historia, víctimas de poderes que no controlamos y que nos amenazan, nos empujan.
Porque Barcelona, como cualquier otro lugar de este mundo, está lleno de gente que sufre, que pelea por el pan de cada día, que ama a sus hijos y que en cualquier momento, enferma. De seres nada planos, que no son ni buenos ni malos, capaces de lo mejor y también de lo peor. Como los obreros de Nissan, que han conseguido asegurar su puesto de trabajo…a costa de no mejorar sus sueldos, chantaje que la empresa multimillonaria les ha impuesto a costa de la crisis. Frank Torres consiguió salvar a sus obreros del paro y que produzcan un seis por ciento más: un acuerdo para ir tirando. Lo que no sabemos es si cuando la nueva camioneta pick up esté fabricada y se venda como churros, la Nissan recompensará el sacrificio de sus obreros. Mejor dicho. Lo sabemos: no. En este sistema, lo único que se socializan son las pérdidas.

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