viernes, 7 de marzo de 2008

OCHO DE MARZO

Este año, la jornada de reflexión previa a las elecciones coincide con el Día de la Mujer Trabajadora; no quiero que omnipresencia electoral haga olvidar la efeméride. La conquista del voto de las mujeres es algo reciente en la historia, sin embargo, el trabajo femenino existió siempre, especialmente a partir de la industrialización. En 1629, la Fábrica de Tabacos de Cádiz ocupaba sólo a personal femenino, y en el siglo XIX nació el mito de “las cigarreras”, que inspiraría a varios artistas románticos, entre ellos a Prosper Merimée y su famosa Carmen.
Las mujeres de las clases humildes siempre trabajaron; trabajaron en el campo, como agricultoras y cosechadoras, y trabajaron en la ciudad, como obreras y prostitutas, la única opción que hubo mientras el acceso a los estudios y a la universidad era exclusivo de los varones. Y trabajaban desde temprana edad. La escritora Emilia Pardo Bazán, valiente y decidida, se empleó en una de esas fábricas para escribir su novela La tribuna, una obra naturalista que no tiene nada que envidiar a las escritas por Eugene Balzac o Emile Zola. Cuenta, en la novela, que todas las mujeres llevaban la comida (las jornadas eran de catorce horas) y a los niños pequeños, que colocaban en cunas de madera, la primera versión de guarderías de la historia. De modo que los bebecitos aspiraban los vahos de las hojas de tabaco al mismo tiempo que mamaban la leche de su madre, en una asociación de olores y dulzores que le hubiera gustado estudiar a Pavlov y a Sigmund Freud. El extraordinario dibujante Gustave Doré realizó un inquietante grabado, en 1862, donde se ve a un grupo de obreras frente a las largas mesas de trabajo, junto a las cunas de sus hijos pequeños. Pocos años después, en la Real Fábrica de Sevilla estaban empleadas nada menos que seis mil seiscientas mujeres, muchas de ellas francesas, porque la inmigración laboral es un fenómeno muy antigua, viene de la Biblia: hombres y mujeres han emigrado siempre por hambre.
Por eso es asombroso, espeluznante, yo diría, que en un debate electoral, en un país del Primer Mundo, todavía haya que proponer como objetivo la igualdad salarial entre hombres y mujeres. O que ninguno de los dos partidos con posibilidades de gobernar prometa un plan para erradicar el tráfico de mujeres, su esclavitud de las mafias de la prostitución o los derechos que merecen, como cualquier trabajadora.
La modernización de España, en los últimos treinta años, ha hecho que no sólo trabajen las mujeres de las clases humildes, sino que las mujeres sean un pilar muy importante en la economía familiar: sus ingresos, aunque muchas veces estén por debajo del varón, sirven para pagar hipotecas, guarderías, colegios, la comida y el vestido. Han ocupado espacios antiguamente consagrados a los hombres, como la medicina, la abogacía, el periodismo… hasta hay algunas mujeres en política. Pocas. Y no todas con conciencia de género. Porque como escribió Simona de Beauvoir en l949, no se nace mujer, se llega a serlo.




EL MUNDO, 7 DE MARZO DE 2008