viernes, 30 de julio de 2010

NI DEMASIADO GRANDES NI DEMASIADO PEQJUEÑAS

Así tienen que ser las piedras para lapidar a Sakineh Ashtiani, 43 años, viuda, acusada de mantener relaciones sexuales extramatrimoniales en Irán, cuyas sabias leyes dicen que el testimonio de un hombre vale más que el de cuatro mujeres. Las supuestas relaciones las mantuvo nueve años después de quedar viuda. Ella las niega y dice que fueron arrancadas bajo tortura; los noventa y nueve latigazos ya los recibió. (Haga la prueba: coja un cinto e intente darse 99 latigazos en la espalda, le faltará lugar, tendrá que golpear muchas veces en la piel ya amoratada.) El Código Penal iraní, modificado en 1983 luego de la revolución islámica, tiene la delicadeza de especificar cómo han de ser las piedras con las que golpear hasta morir a una mujer, previamente enterrada hasta el cuello: ni demasiado grandes como para favorecer una muerte inmediata, ni demasiado pequeñas como para inferir sólo heridas superficiales. Una tortura lenta. Todo un arte este de la lapidación. Esta sofisticada pena de muerte rige en Irán, Indonesia, Afganistán y Somalia que tienen representantes en la ONU. Pero los países que integran este organismo no han considerado la posibilidad de una presión internacional para salvar a Sakineh (en Afganistán se han descubierto unas importantes reservas de litio, material imprescindible para los cacharros tecnológicos). Si supimos algo fue a través del esfuerzo de un abogado iraní, Mohammad Mostafel, que ha difundido en la prensa y en Internet la injusticia y ha pedido clemencia. Amnistía Internacional ha recogido firmas pidiendo que no se aplique la pena. Por el momento está suspendida (no sé si están buscando las piedras del tamaño apropiado) por la solidaridad del espacio virtual, pero nadie sabe si es sólo una suspensión temporal o están esperando que amaine para lapidarla en secreto y en silencio, mientras los gobiernos suscriben sus tratados y se llenan la boca hablando de relativismo cultural. ¿Qué es esto del relativismo cultural? ¿Debemos considerar la lapidación como una manifestación cultural de algunos pueblos o religiones? ¿Debemos considerar la prostitución como una manifestación cultual del patriarcado? Los derechos humanos existen y son universales. Es un principio que han suscrito la mayor parte de los gobiernos. Y están por encima de cualquier manifestación cultural, religiosa o de una tradición. ¿O la esclavitud es una manifestación tradicional de los blancos sobre los negros y por eso no había que erradicarla?
Creo que lo del relativismo cultural es el refugio que han encontrado las costumbres bárbaras, las tradiciones más conservadoras y la supremacía del macho sobre las mujeres. Queda feo defender esos privilegios en nombre de la superioridad, ahora se hace en nombre del relativismo cultural. Si quiere ayudar a Sakineh y a su abogado, firme el manifiesto que encontrará en Amnistía Internacional o en http://misisionfreeiran.org/201d0/07/16/list-stoning-victims/

martes, 13 de julio de 2010

Una mujer independiente

Una escritora independiente


Me despierto a las siete de una mañana invernal; todavía está oscuro y hace frío en la habitación, de modo que oprimo el conmutador, y enciendo la luz: primera dependencia, de la compañía energética que la suministra. Es la misma que me permite encender la estufa eléctrica. Voy a la cocina. Enciendo el gas para prepararme el desayuno; qué bueno, soy una mujer independiente que depende del gas. Después, voy al baño, abro el grifo de la ducha. Una ducha bien calentita, mujer independiente: dependes de la compañía que suministra el agua. Bajo a hacer las compras. El mercado está abierto: la mujer independiente depende del panadero, que hace el pan, del horticultor, que plantó y recogió tomates, del pescador que salió al mar y de los camiones que distribuyen la fruta. Compro el diario. Sin impresoras, no habría diarios. Y si hay diarios, mujer independiente, es porque hay árboles que talar. En total, creo que he gastado quince euros. ¿De dónde han salido los quince euros de la mujer independiente? De la última lectura que hice de mis poemas, en un palacio hoy convertido en museo: me ha pagado una subvención del Ministerio de Cultura, o sea, los ciudadanos y ciudadanas de este país. Poesía a cambio de luz eléctrica, tomates y agua corriente: sin lectores, no hay poesía.
Vuelvo a mi casa. El ascensor está roto. Debo de subir hasta el décimo, por la escalera que diseñó un innominado constructor; pero tengo un nervio pinzado, por tanto, no puedo subir: dependo de mi cuerpo. Y mi cuerpo, a veces, se rebela. No puedo subir ni bajar y no arreglarán el ascensor hasta el lunes, porque es viernes al mediodía.
Llamo a una amiga porque yo tengo móvil y ella también. Le pido permiso para ir hasta su casa, porque no puedo subir hasta la mía. Me contesta que lo siente, pero en este momento está a punto de irse de fin de semana al pueblo.
Me voy al hotel de la esquina. Por suerte, tengo tarjeta de crédito y carné de identidad.
Cuando entro a la habitación, puedo elegir entre meterme en la cama o mirar la televisión. Y si miro la televisión, tengo la independencia como para elegir un canal u otro.


(A proóstio de Las independencias, en La estafeta del viento, Madrid,