lunes, 20 de febrero de 2012

Estoy reunida


Cristina Peri Rossi

Yo soy una mujer con suerte. Por ejemplo, en la última semana, me han comunicado por teléfono que he ganado un apartamento frente al mar en Palma de Mallorca, un televisor de plasma líquido de 23 pulgadas y una cubertería de plata para 68 personas. ¿Cómo me he ganado todo esto yo solita, sin enviar cupones, ni comprar rifas? Sólo por el hecho de tener un teléfono. Sí, señores y señoras, tengo un teléfono que misteriosamente conocen las inmobiliarias, las compañías de seguros, las agencias de viajes a Cancún y muchas empresas fantasmales, de esas que no aparecen más que para hacerme regalos. Todo por la mala costumbre de atender el aparato cuando suena, con la dulce esperanza de que seas vos, vos y nada más que vos, como dice el tango. Pero no sos vos, es la inmobiliaria que me regala un chalet en Cádiz.
El teléfono se ha convertido en un extraño medio de incomunicación. Por ejemplo, cuando soy yo la que intento hablar con mi editor o con el director del periódico, el teléfono sólo sabe decirme que mi editor o el director del periódico está reunido. Estar reunido debe de ser algo importantísimo, misterioso y secreto, algo que sólo concierne a los grandes jefes de las tribus, no a la gente de a pie, como yo. Porque yo, no consigo reunirme con nadie, salvo conmigo misma o con mis fantasmas, que son muchos, pero aparecen y desaparecen como se les da la gana. Para solucionar los problemas de incomunicación de los teléfonos normales, es decir, de los de cable, surgió el móvil. El móvil es como el oído de los sordos: se encaja en la oreja, y ya no se quita más, solo para dormir, y ni así, porque yo conozco gente que no apaga el móvil ni cuando hace el amor (las pocas y rápidas veces que lo hacen: a veinte minutos por eyaculación, según las estadísticas españolas) ni cuando duerme. Ya podemos ver hermosas películas norteamericanas donde el protagonista, que tiene un trabajo importantísimo en una multinacional, yace con una mujer espléndida en la lujosa habitación de un hotel de cinco estrellas, y en el momento en que va a darle un beso ardiente en la boca, suena el móvil, entonces besa el aparato, en lugar de la chica, y ésta espera pacientemente a que la esposa, el jefe que está por encima o alguno de sus clientes le proponga un negocio y entonces hacer el amor no dura ni siquiera veinte minutos, porque el tipo se pone de pie, se enfunda los pantalones y a cosas más urgentes y placenteras que hacer el amor, como ganar dinero, por ejemplo. Tengo un amigo psicoanalista que dice que vivimos en una época en la que sólo se libidiniza el dinero. Empezando por él, que tiene pacientes hasta cuando duerme, porque para ganar más dinero ha puesto una consulta telefónica: la paciente deprimida o el paciente maníaco lo pueden llamar al móvil, en horas nocturnas,

2 comentarios:

gabis dijo...

Más que muy bueno.

Juliett Farnesse dijo...

Superb muy objetivo, son las consecuencias de estas epocas liquidas, postmodernas y vacias. Abrazos desde el Hudson.