Cristina Peri Rossi
Antoni Comas, presidente del Gremi de Editors de Catalunya, presentó hace unos días Una nave de libros para Barcelona: un crucero que traerá desde Roma a más de mil pasajeros, la mayoría turistas y algunos escritores italianos, a celebrar el día de Sant Jordi.
La idea me parece buena: no sólo del Estadio del Barcelona debería vivir el turismo.
Un barco cargado de lectores me trajo a la memoria un barco cargado de libros que conocí en mi juventud, en Montevideo. Los grandes transatlánticos de entonces eran ciudades en miniatura. En el que yo me exilé, de línea italiana, había capilla, sala de juegos, sala de cine, y una pequeña biblioteca. Pero el que recuerdo es un barco fascinante: el Cormorán y Delfín.
Era de la marina mercante, y su capitán, el poeta argentino Ariel Canzani había instalado una gran biblioteca especialmente dedicada a poesía. Recorría los mares anclando en puertos lejanos entre sí, Buenos Aires, Norfolk, Lisboa, Génova donde se entrevistaba con poetas y luego, traducía y publicaba esta red de poesía en la revista del mismo nombre que editaba con esmero. Una revista única en su época, en lengua castellana: universal, moderna, con poesía inédita de todas partes del mundo.
Yo lo conocí en 1969, cuando la revista ya llevaba varios años y subí al barco, a contemplar aquella biblioteca marina, a convesar, fumar y beber con aquellos oficiales versados en poesía que recitaban a Walt Whitman, a Allen Ginsberg, al prohibido García Lorca o a Baudelaire con emoción y orgullo.
Un barco cargado de poesía… El Cormorán y Delfín zarpaba en largas travesías y cuando volvía, en su bodega había mercancías y muchos poemas inéditos para traducir.
Creo que publiqué mi primeros poemas en esa revista.
La imagen me fascinaba: una nave llena de letras. Sólo un par de números (de portada amarilla y letras negras) creo que sobrevivieron a mi exilio.
(Las bibliotecas suelen extraviarse en las penalidades de esta otra travesía.)
Muchas veces me pregunté qué habría sido de este chispeante capitán poeta, que tenía, además de barba, una conciencia social acusada. Era un hombre de izquierdas y creía que la poseía no era un objeto de culto, solamente, sino un instrumento de conciencia.
Había nacido en 1928, e imaginé que la siniestra dictadura argentina podía haber acabado con su vida y su barco de poesía. Hoy, en Internet, encontré la fecha de su muerte (1983) y un sencillo homenaje, que reproduce uno de sus poemas. La revista parece que sigue editándose, porque uno de los oficiales
se contagió. El virus de la poesía recorre las aguas otra vez.
Antoni Comas, presidente del Gremi de Editors de Catalunya, presentó hace unos días Una nave de libros para Barcelona: un crucero que traerá desde Roma a más de mil pasajeros, la mayoría turistas y algunos escritores italianos, a celebrar el día de Sant Jordi.
La idea me parece buena: no sólo del Estadio del Barcelona debería vivir el turismo.
Un barco cargado de lectores me trajo a la memoria un barco cargado de libros que conocí en mi juventud, en Montevideo. Los grandes transatlánticos de entonces eran ciudades en miniatura. En el que yo me exilé, de línea italiana, había capilla, sala de juegos, sala de cine, y una pequeña biblioteca. Pero el que recuerdo es un barco fascinante: el Cormorán y Delfín.
Era de la marina mercante, y su capitán, el poeta argentino Ariel Canzani había instalado una gran biblioteca especialmente dedicada a poesía. Recorría los mares anclando en puertos lejanos entre sí, Buenos Aires, Norfolk, Lisboa, Génova donde se entrevistaba con poetas y luego, traducía y publicaba esta red de poesía en la revista del mismo nombre que editaba con esmero. Una revista única en su época, en lengua castellana: universal, moderna, con poesía inédita de todas partes del mundo.
Yo lo conocí en 1969, cuando la revista ya llevaba varios años y subí al barco, a contemplar aquella biblioteca marina, a convesar, fumar y beber con aquellos oficiales versados en poesía que recitaban a Walt Whitman, a Allen Ginsberg, al prohibido García Lorca o a Baudelaire con emoción y orgullo.
Un barco cargado de poesía… El Cormorán y Delfín zarpaba en largas travesías y cuando volvía, en su bodega había mercancías y muchos poemas inéditos para traducir.
Creo que publiqué mi primeros poemas en esa revista.
La imagen me fascinaba: una nave llena de letras. Sólo un par de números (de portada amarilla y letras negras) creo que sobrevivieron a mi exilio.
(Las bibliotecas suelen extraviarse en las penalidades de esta otra travesía.)
Muchas veces me pregunté qué habría sido de este chispeante capitán poeta, que tenía, además de barba, una conciencia social acusada. Era un hombre de izquierdas y creía que la poseía no era un objeto de culto, solamente, sino un instrumento de conciencia.
Había nacido en 1928, e imaginé que la siniestra dictadura argentina podía haber acabado con su vida y su barco de poesía. Hoy, en Internet, encontré la fecha de su muerte (1983) y un sencillo homenaje, que reproduce uno de sus poemas. La revista parece que sigue editándose, porque uno de los oficiales
se contagió. El virus de la poesía recorre las aguas otra vez.
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