domingo, 28 de octubre de 2007

Yo no soy Simone de Beauvoir

Esta fue la irritada respuesta que le dio Doris Lessing a un periodista, en Barcelona, en l999, cuando recibió el Premio Internacional de Cataluña. El periodista la había llamado “la Simone de Beauvoir anglosajona”. Ambas estuvieron intensamente comprometidas con los problemas políticos, sociales, sexuales y de género del siglo XX, pero Simone de Beauvoir fue, fundamentalmente, una gran ensayista (su libro, El segundo sexo tuvo una influencia decisiva en la revolución feminista) y Doris Lessing, en cambio, es una gran novelista. Allí donde Simone analiza, piensa, explica, Doris Lessing narra: lo que tiene que decir (muchísimo) lo dice a través de sus personajes, de sus peripecias vitales. El cuaderno dorado, de 1962, considerada por muchos su mejor novela, fue una especie de Biblia del feminismo anglosajón, sin que haya una línea de teoría; narración ambiciosa, abarca desde el psicoanálisis al estalinismo, las relaciones entre la ficción y la realidad, la sexualidad, la neurosis, la cultura moderna, la liberación femenina, la situación del colonialismo en África y el racismo, todo a través de la vida de personajes de psicología compleja. De esta novela, Mario Vargas Llosa dijo: “No creo que haya en la literatura inglesa moderna una novela más comprometida, según la definición de Sartre”. Porque Doris Lessing ha estado siempre comprometida con la realidad, desde su adolescencia en Rodesia hasta hoy, a los 89 años. Su biografía ha sido la fuente de su amplia obra (más de cincuenta libros). Conoció los horrores de la guerra a través de su padre, herido en la Primera Guerra Mundial, y las injusticias del imperialismo europeo en África; se casó muy joven, tuvo dos hijos, y huyó del matrimonio y de la maternidad que la condenaban a la frustración, “a la locura o al alcoholismo” eligiendo Londres y la literatura. Rebelde, inconformista, nadie ha conseguido hacerla callar, ni tampoco, han conseguido comprarla: vivió pobremente porque nunca le ha importado ser pobre, y tuvo varias aventuras amorosas que ha contado en sus novelas porque ama la libertad. Toda su obra podría resumirse como “las ilusiones perdidas de mi generación”. Porque ha creído en las grandes ideologías del siglo XX (estuvo afiliada al Partido Comunista y luego, renegó de él) y ha dejado de creer cuando la realidad le demostró que fracasaban.
Jamás ha tenido pelos en la lengua. Zanja esas desilusiones considerando que cualquier idealismo es un error, pero al mismo tiempo, se preocupa por la falta de compromiso de las nuevas generaciones.
Ha sido la gran narradora de la contemporaneidad, siempre crítica, distanciada, como si su misión fuera describir el mundo en el que le ha tocado vivir para dejar testimonio.
El cuaderno dorado la convirtió en una de las escritoras más famosas del mundo, pero una novela posterior, La buena terrorista fue implacable con las ilusiones revolucionarias. La protagonista, Alice, es una buena chica dispuesta a cambiar el mundo a fuerza de bombazos, aunque ama a su gato. “Hitler escuchaba a Beethoven y era tierno con los niños”, declaró la novelista.
Hay una anécdota que la define de manera clara. En l981, cuando tenía 61 años y era la escritora anglosajona más leída, entregó el manuscrito de una novela, Diario de una buena vecina a su agente, con el seudónimo de Jane Somers. Fue rechazada por todas. Quiso demostrar que la maquinaria de las editoriales no se guía por los méritos literarios, sino por el éxito. El éxito genera el éxito, dijo. En cuanto al estilo, sabe cambiar el realismo de la gran tradición inglesa del XIX con incursiones en lo fantástico como en Shikkasta (1986). Ha vivido los suficientes años como para que por fin, la Academia del Nobel le conceda el premio. En casa, habíamos sido más justos: obtuvo el Príncipe de Asturias en el 2001.

EL MUNDO, 11 de octubre de 2007

1 comentario:

Performativo Decadente dijo...

Gracias a su columna, y a su escritura, me encuentro actualmente leyendo "El cuaderno dorado", derivado de que en México Doris Lessing ha tenido un mal recibimiento derivado de los artículos que la presentaban como una feminista, en ese entonces llegué a escuchar en radio, televisión y académicos que si el premio nobel que le habían otorgado no era para la literatura, por que habrían de considerar su práctica política. En fin, Cristina, le agradezco infinitamente por su escritura, que siempre me acompañan. Mi sexo también es oído.